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¿Y los minobestias?
Me preocupa sobremanera. Camino por las calles y no identifico a alguien perteneciente a la horda de rockers presentes, ni de antaño. Siguen mis piernas dando un ángulo cada vez más grande para que los pies avancen distancias largas, cruzo cuadra a cuadra, ¡nadie se asoma por ahí!, aquello, mientras la gente parece hipnotizada por las obligaciones diarias, distinto a las del rocker semihumano, ¡minobestia!, que todavía goza de la libertad, herencia natural de su vida, tratado que firmó con algún dios cuando escuchó su primera banda estridente o de complementos armónicos psicodélicos.
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Si logra mirarlos por ahí, no los moleste, solo obsérvelos; son pocos, a veces están solos y otras en pequeños grupos de dos o tres especímenes; tampoco se acerque, en su mayoría son pacíficos, pero, algunos podrían gritarle un par de improperios.
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Quizá se pueda pensar que los descendientes de minobestias son seres mitológicos, inexistentes; cuán equivocados están, jamás dejaron de existir y, sin ser exagerado, más de medio siglo han permanecido presentes mostrándose en conciertos y en todas las revueltas sociales. Aunque ahora son menos, nuevas generaciones de minobestias vuelven a estar en auge, en sus espacios naturales, haciendo ruido con la rebeldía y sosteniendo sus propias causas, abrazando lo mismo que abrazaron los anteriores jóvenes de pantalones ajustados y audífonos de diadema. Espero verlos pronto por las calles.